A veces, un gesto mínimo, una acción banal, un desliz absurdo… puede desencadenar una auténtica revolución.
Escenario a considerar. Primer acto: el metro de una gran ciudad, donde pasar inadvertido entre la multitud debería ser fácil. En el subterráneo, lunes es igual a martes que es igual a miércoles… que no es igual a viernes. Pero en todo caso sí es un día laborable y son las 9 y el metro está a rebosar. Un marco colectivo ideal para esconder las propias reservas…En definitiva, para preservar lo que aquí nos ocupa: la intimidad.
Apunte: leo que «INTIMIDAD» contiene el adverbio “intra” (dentro) y el superlativo “mus”. O sea, literalmente traduciendo del latín: “lo que está más adentro de todo”.
Ok. «Intimidad» sería algo así como esa zona abstracta que deseamos mantener fuera del alcance del público, que viene con un cartel de “prohibido pasar”, un acceso limitado…
Más que nada porque implica cercanía, nos remite a una cierta calidez…Y convendremos en que la atmósfera anónima del metro no invita precisamente a todo esto. O quizás sí.
Pero vamos al siguiente acto de este teatro cotidiano. Todo pasa en medio segundo, la acción se desarrolla en las escaleras del metro de una de las paradas más concurridas:
Véase: a una mujer de mediana edad le cae un paquete blanco de plástico que lleva señalado en letras mayúsculas: “TOALLITAS ÍNTIMAS”.
En este preciso instante del descuido, lo más interno se vuelve externo, lo privado, colectivo, lo púbico, público…
Imagen gélida, como nuestras caras. Todo ha ocurrido así, en frío, sin pre-aviso, sin un miligramo de confianza con esa mujer… El único vínculo: un pudor compartido que aparece entre los “voyeurs”. Ya no somos más ánonimos, de repente todo es tan… ÍNTIMO que inquieta.
Estoy segura de que los malpensados que leerán este «post» dirán que no fue un gesto inocente. La intimidad de la señora podría confundirse con una invitación, una sugerencia seductora para despertar algo de cariño, “a certain kind of affection” como llaman los ingleses.
Tercer acto y desenlace (siempre subjetivo): Sonrisas cómplices y un extrañamiento amable. Sí señora, sí, lo suyo es un secreto a voces…
Pero las de la audiencia son voces calladas, porque nadie decimos nada. Yo pienso en algo tipo:
– Señora, acaba usted de perder su intimidad por las escaleras…
Se lo diría si fuera un perro, un paquete de tabaco, hasta unos kleenex… pero unas toallitas íntimas…?! No way. Me consuelo pensando que “lo hago por ella”.
Pero tenía que compartirlo. Cuando se lo cuento a mi amigo Marc me dice que en realidad hacer pública una toallita íntima es un acto transgresor. Sentada en el vagón reflexiono seriamente sobre las rebeldías contenidas en pequeños gestos y de reojo leo en la revista “Hola!” de la señora de al lado:
– Conozco a 3 monjas que han sido modelos.
En fin… me quedo con lo que dijo el escritor Alain de Botton. Esto de la intimidad tiene que ver con compartir rarezas:
«Intimacy is the capacity to be rather weird with someone… and finding that that’s OK with them»